EDUARDO BIANCHI
El tiempo
de verano estaba casi terminando. El rojo del almanaque nos anunciaba que el
feriado de Carnaval estaba muy próximo. Comenzaban unos días de fiestas y
desenfrenos para los mayores, pero en
nuestra cabeza de niños solamente cabían las murgas y los juegos con papel
picado, serpentinas y globos con agua, un verdadero festival de alegría que año
a año esperábamos con ansias.
Don
Esteban Berruti, el fletero del barrio y suegro de mi tío Lalo, adornó la caja
de su camioncito con flores, colocó una guirnalda con luces pintadas de colores
que pegaba la vuelta completa a la caja y le colocó sillas atadas al costado
para poder pasear por el corso y tirar papelitos picados y serpentinas.
Estábamos invitados los chicos del barrio para compartir el corso. El habitualmente
serio de Don Esteban parecía un chico mas, gozando por anticipado del plan de
participar de la fiesta. Como todos los años el corso se realizaría en el
parque Independencia, en Rosario. Corría el año 1946 y se podía decir que sería
un corso muy feliz porque la 2ª. guerra mundial había terminado pocos meses
antes. Los inmigrantes, que eran la mayoría, tenían todos parientes
involucrados en mayor o menor grado con la guerra y sus desgracias. Por eso
este carnaval sería el de la alegría por ser el primero que pasaríamos en paz
desde que empezó la guerra en 1939.
El día
sábado por la tarde nos pintamos la cara con corchos quemados y lápiz labial
rojo y nos pusimos ropa raída, varios números mas grande para acentuar lo
ridículo a la que adherimos trozos de
tela multicolor ubicados sin ton ni son y sendos sombreros a cual mas
extravagante. Cuánto mas ridículos quedáramos mejor. Cargamos unos globos
llenos de agua y los colocamos dentro de baldes, también conteniendo agua, para
que no se rompieran. Serían nuestras “balas” para el momento en que se
produjeran las guerras entre los de la vereda y nosotros que iríamos en el
camión.
Habíamos
estado ensayando con la murga que formamos en la cuadra cantos “cuasi
obscenos”, como era la costumbre de la época. Luego, antes de salir para el
corso recorrimos a manera de práctica un par de cuadras visitando a los vecinos
mas propicios a la diversión. Los componentes teníamos entre 7 y 12 años. Con
la dirección del Kelo, el letrista: que era el mas grandote y alto con sus doce
desarrollados años, cantamos frente a varias puertas, recibiendo propinas por
nuestros osados cantos. En la casa de Alí – el turco – cantamos “El turco es un tipo bueno, que nos tira
moneditas, pero sería rebueno, si fueran de 20 guitas”. Y el generoso turco
sacaba varias monedas de 20 y las tiraba dentro del sombrero del Choli, que la
iba de tesorero.
Visto el
éxito de la gira quedamos en salir los 4 días de carnaval. Ahora, cuando ya
eran las ocho de la noche nos subimos todos al camioncito y custodiados por dos
mayores nos fuimos al corso. Muchos teníamos antifaces, otros caretas y los mas
las caras pintarrajeadas.
Partimos
hacia el parque, distante apenas 10 cuadras y comenzamos la ronda del corso.
Había mucha gente porque el corso duraba escasas 4 horas – hasta las 12 de la
noche - . Abrió la marcha la carroza
principal que llevaba al rey momo, como siempre el inefable Aragón, un cuarentón
casi enano que se encaramaba en la carroza hasta instalarse en el trono y con
un seudo manto de armiño blanco con pintas negras y un cetro, reinaba
impartiendo saludos a todos los presentes. Lo que la gente le gritaba a veces
eran burlas que él, como buen rey ignoraba olímpicamente.
Comenzamos
a dar vueltas y vueltas con el camioncito bajándonos de vez en cuando, ya que
iba a paso de hombre, para tirarles papelitos a algunas niñas de nuestra
preferencia. Llegó un momento en que fuimos atacados con pomos de agua y nos
defendimos con los globos de agua. Se armó un tole-tole mayúsculo, gastamos
toda el agua y nos mojamos totalmente las ropas. Nuestros adversarios estaban
también empapados. Nos secamos con las toallas que llevábamos y cuando tiraron
la bomba anunciando que eran las 12 de la noche nos fuimos rápidamente para
casa.
Al día
siguiente llevamos a una murga del barrio llamada “Los cacarélicos”, desfilaban
envueltos en papel higiénico y tomaban cerveza dentro de “tazas de noche” (las
famosas escupideras que se ponían debajo de las camas para evacuar aguas o algo
mas). Fue algo muy impactante y produjo grandes aplausos en el recorrido.
Una murga
muy aplaudida era la de “los cirujanos” que consistía en estudiantes de
medicina con guardapolvos enchastrados
con rojo sangre y portando bisturíes groseros y esqueletos
Así
transcurrieron los corsos del parque Independencia con gran algarabía de todos.
Mientras nosotros con la murga de chicos del barrio seguimos cantando por
las tardes y recaudando dinero para la
fiesta final. La hicimos el miércoles de ceniza y consistió en un asado con
gaseosas. Las gaseosas eran algo especial en esos días de 1946 pues se conocían
pocas marcas…la Bidú, una botella con formas femeninas con un líquido negro
espeso parecido a un fernet pero dulce y sin alcohol. También había naranja
Crush. La Coca Cola no se vendía en Rosario por la ley bromatológica. El asado
lo hicimos en el corralón de la media cuadra y sentados en fardos de pasto seco
lo comimos con gusto. Fue un acto de independencia y aunque un tío mío fue el
asador, nosotros nos arreglamos solos y sacamos ese día patente de personas
grandes.
Esa noche
comenzó la Cuaresma y los que éramos religiosos no comeríamos carne los viernes
hasta la Semana Santa. Comenzaban también las clases y nos esperaba un duro
trajín ya que, por aquellos tiempos, íbamos de lunes a sábados incluidos.
Pero la
alegría del Carnaval nos iba a durar todo el año, añorando sus payasadas y sus
juegos inocentes. Un recuerdo que me acompaña hasta hoy y que resulta
inolvidable.
Muchas
veces, con muchos de los protagonistas ausentes ya, cuando paso por el frente
de la casa de don Esteban me parece verlo preparando el
camioncito y cargando los globos con agua y puedo casi palpar su cara
irradiando felicidad cual un niño – que siempre lo fue en su fuero íntimo.
¿Habrá
Carnaval en el cielo?
FIN.
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